18.3.09

Mito Griego de la Creacion del hombre


De los males de este mundo fue la hora cuando se abrió la caja de Pandora

En tiempos muy remotos, sobre la tierra sólo existían dioses inmortales.

Zeus, Dios supremo del Olimpo griego, que fue hijo y sucesor de Cronos, a quien le usurpó el liderazgo después de sucesivas victorias; representaba al poder y al orden cósmico, aunque sin embargo estaba sujeto al Hado, su propio hijo, que fue salvado por su madre Rea de ser devorado por su padre.

Hado constituye el símbolo del destino y la fatalidad, y para los filósofos antiguos representa la serie y orden de causas encadenadas unas con otras que necesariamente producen un efecto.

En ese mundo de sólo divinidades inmortales, los dioses desearon crear seres para poblar la tierra.

Una vez decidida tal idea, Zeus encargó a los hijos del titán Jápeto, que dotaran de gracias y fuerzas a las criaturas terrenales.

Fue Epimeteo, quien rogó a su hermano Prometeo, que le permitiera repartir los dones entre los seres terrenales.

Epimeteo dio a cada animal un don, la belleza a uno, a otro la potencia, a otro la velocidad, a otro la corpulencia, a otro la sagacidad, etc., según su criterio de conveniencia.

Careciendo de la sabiduría de su hermano Prometeo dio todos los dones a los animales dejando al hombre para lo último, quedando de esta forma el ser humano desnudo, indefenso y desarmado.

Fue entonces cuando Prometeo, el amigo del hombre, viendo la injusticia que se había cometido, tratando de corregir el error y robándole la sabiduría a la diosa Atenea, concedió al hombre la lógica.

Prometeo tomó al género humano bajo su protección y robó el fuego a Hefesto regalándoselo al hombre para que se calentara y pudiera vivir mejor, y le enseñó todo lo que sabía.

Pero Zeus, al enterarse de los dones otorgados al hombre que le permitían parecerse a los dioses, lleno de ira, arrojó rayos y relámpagos y castigó a Prometeo duramente encadenándolo en el monte Cáucaso, en los límites del Universo.

Allí todas las mañanas un águila le roía el hígado, que durante la noche le volvía a crecer para volver a ser devorado nuevamente al día siguiente.

Treinta años más tarde, Hércules liberó a Prometeo de tal cruel sufrimiento.

Hefesto, dios del fuego, modeló en su taller a la primera mujer, que fue inicialmente una estatua de metal.

Como era muy bella, Zeus resolvió darle vida y uno de los dioses le agradeció con los dones de la belleza, la gracia, la inteligencia, la habilidad y el poder de persuasión.

Pero también Hermes la dotó de astucia y falsedad y Hera de curiosidad, inquietud que no le daría paz a la mujer un solo instante.

Zeus le envió a Epimeteo a Pandora como regalo, quien hechizado por su belleza decidió unirse a ella de inmediato.

Como regalo le ofreció a ambos una bellísima caja adornada con piedras preciosas y oro.

La caja estaba cerrada, pero al darle Zeus la llave a Pandora le advirtió que si querían vivir felices no la abrieran nunca.

Epimeteo y Pandora vivieron felices muchos años una vida idílica y tanto ellos como sus descendientes ajenos a todo tipo de problemas, felices como los dioses, sin penas, sin preocupaciones ni vejez que los amenazara.

Permanecían siempre jóvenes, se divertían en forma permanente y vivían de las frutas de la tierra sin matar a ninguna criatura viviente para subsistir.

No existían ni robos ni crímenes y cuando se cansaban de tanto vivir se tendían bajo un árbol y allí se dormían eternamente.

Entonces, una suave brisa los transportaba a un lugar aún más tranquilo y mágico.

Pero un día, la curiosidad pudo más y Hara abrió la caja y fue así como surgieron las desdichas y los males de este mundo, como las enfermedades, las amarguras, los dolores y otras desgracias.

La esperanza fue lo último en salir en forma de un pequeño pájaro y como símbolo del consuelo para la humanidad.

Como se puede apreciar, el mito griego de la creación del hombre se asemeja notablemente al mito de Adán y Eva del antiguo testamento.

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